La IRA se codea con el resto de los pecados con la suficiencia del que se sabe ganador absoluto y poder empequeñecer a sus adversarios. El 1º clasificado en pecaminosidad, es el único que trastorna gravísimamente la vida de los que le rodean y solo es merecedor de desdén e indiferencia.
Nada, nada justifica la ira. Ni la soberbia frustrada de creerse el mejor, ni la obsesión del avaro, ni la envidia mal entendida, ni el lujurioso estrés, ni la alteración de la pereza, ni la gula mudada en engañosa hambre.
Nada, nada justifica la ira. Pecado con mayúsculas, provoca sentimientos que carcomen el alma del iracundo encolerizado y del destinatario de violencias y arrebatos.
Nada, nada justifica la ira. Ni siquiera como escribiese Séneca, como reacción ante circunstancias enemigas y hostiles, ni siquiera ante ofensas o abusos.
Nada, nada justifica la ira, que todo lo cubre de sombra, de estéril tristeza.
F.N.
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