La envidia que sentía el celoso Picasso por Matisse, finalmente se convirtió en profunda admiración y fue el germen del arte moderno: “solo existe Matisse”
Quizás deberíamos tener un poco de condescendencia con un pecado que, no solo daña únicamente al que la padece, sino que además, se entremezcla sutilmente con la admiración.
¡Qué mejor regalo que sentirse admirado y provocar envidias! Nada de malo hay en reconocer el talento de los demás, sus logros, sus méritos y con ello, querer mejorar.
Y únicamente está a media tabla de particular ranking, por si aquella veneración provocara daños seculares propios, enajenamiento, tristeza o dolor.
Y en el altillo de mi mente, provocando azules grietas, envidio la arquitectura de Mies, Higueras y Carvajal, envidio pintar como Mabel, envidio la bondad de Susana Coello y Pilar Sancho, la alegría de mi querida hermana, la inteligencia de Montero, la razón y mesura de mi padre, tener un Amorós, los dones infinitos de Mía, …
Pecado poco capital.
F.N.
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