
Podría entender una graduación severa de “pecados capitales” si hiciesen daño a los demás, pero, … ¿comer? ¿beber?
Y como el rey de Suecia Adolfo Federico que celebró su vida en torno a opíparos banquetes, no hay nada más patrio que reunirnos en torno a una mesa con exceso de taninos para celebrar éxitos y cariños familiares, para apoyarnos en el fracaso y unirnos en la tristeza, para reforzar la amistad, para recordar tiempos felices, ….
Y claro, ¿qué mejor manera que celebrarnos con las mejores manducas y viandas? Abrir el mejor vino de la bodega, el mejor acíbar del mueble bar, es sinónimo de cariño, de respeto, de amistad.
Suelo ir a casa de mis padres con frecuencia y mi madre, en una clara demostración de “exceso desordenado”, esta vez de amor y ternuras, solo tiene para mí, brillante catálogo de exquisiteces exóticas que devoro con ansia desordenada.
No distingo pecado por ninguna parte…
F.N.

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