Valdoviño es un pueblo de paso. De paso entre Sildavia y Ferrol, de paso entre Coruña y Santa
Marta, entre los más bellos mares y los acantilados imposibles. Y también, uno de los pueblos más feos de las Rías Altas. La pobreza extrema de épocas pasadas y décadas de desarrollo urbanístico sin criterio le han abocado, posiblemente, al fracaso perpetuo.
Este fin de semana de JBs, escapada y azules, cuales príncipes valientes de mesa redonda, decidimos adentrarnos en las entrañas del pueblo de corazón sin alma, en las profundidades del eco de la asimetría sin remisión, resolvimos sumergirnos en el cabo del miedo del faro de Meirás.
Y, como toreros sin estoque, valientes sin titubeo, como infantes sin armadura ni protección, bajamos a la arena fina, aquella que se confunde con el blanco de las olas, aquella que separa lagunas y tempestades. Y, … en aquel instante, ese en el que le dimos la espalda a ladrillos endeudados, se alzó el telón y apareció un alma desnuda, alma de belleza aderezada con el eco de música y vientos lejanos.
La naturaleza de Valdoviño es, … es bestial, es azul, es arenal y agua, es verde, es de eucalipto y garzas, de oleajes y aroma de tierra, es un prodigio del arte, ufana y rosa, es, … es
poesía.
Humanos robando dignidad, dicotomía en estado puro.
F.N.
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