Rasgo inequívoco de la madurez, cual herida de batalla cruel no sanada del todo, la melancolía se arrulla, con más frecuencia de la deseada, en los oscuros de mi ánimo.
Tristes recuerdos al recordar a mis abuelos, el patio de columnas de su casa, el cariño y bondad de mi querida abuela.
Tristeza vaga y profunda cuando recorro en soledad, caminos no explorados de mi querido Do Corveiro, azules recuerdos de mi infancia recorriendo playas infinitas, morriña de abrazos amorosos de mi madre.
Añoranza sosegada y permanente de mi juventud, de lo que pudo ser y no fue, dolorosos recuerdos de faltas sin corregir, de bondades sin reconocer.
¡Me hago mayor!
F.N.
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