La obra más especial no está en el País de Nunca Jamás, no está en Gotham, ni en Sildavia, ni siquiera en la capital de los Siete Reinos, la obra más hermosa está, en la antigua Gondwana, aquella tierra que se separó por deriva continental de Australia. La obra más sublime está, en Nueva Caledonia.
Y, a finales de los años 90´, en una exposición en “los Arcos de Nuevos Ministerios”, como si hubiésemos quedado en trance después de bailar la danza del “pilou”, todos nos rendimos ante el maravilloso proyecto del gran Renzo Piano. Todos quisimos ser él, todos nos enamoramos de aquel italiano increíble, maravilloso, genio genial, …
Piano construyó en el país de los “kanaks”, la utopía de los sueños, un maravilloso icono reflejo de una cultura ligada a la naturaleza, a la tierra, al mar. Piano, inspirado en las tradiciones culturales, en la universalidad de la arquitectura, construyó un poblado de líneas imposibles, un poblado vestido de rosa pálido, de madera, de luz.
Y, “mi Pablo”, su alumno preferido.
“Como arquitecto, necesitas ser un buen constructor, igual que un pianista debe saber tocar el piano”.
F.N.
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