En esa edad de juventud en la que no se tiene miedo a nada, en aquellos cursos de amores y besos desordenados, en aquél tiempo de amistad, ilusión y apatía, mi querido profesor nos descubría los mejores arquitectos que Nunca Jamás habían existido, nos revelaba las mejores obras Nunca Jamás construidas.
Y nos hablaba del elegante Mies de trajes caros y su temporal “Pabellón del 29”, y de Le Corbusier y su futurista “Capilla de Ronchamp”, y de Scarpa y su etérea “Tumba Brion” del 69, y de Wright y su maravillo distribuidor helicoidal del “Guggenheim”, y de Tadao Ando y sus limpios hormigones, y de Barragán y sus planos infinitos, y del maravilloso Henningsen.
Y de Adolf Loos, y del maravilloso Breuer, y de Chermayeff, y Ellwood, y Sullivan, y el ganador del Pritzker, Zumthor, y del geodésico Fuller, ….
Ya con el título bajo mi brazo, acompañando a D. Javier Carvajal a la inauguración de la Exposición de su obra en el “Bellas Artes” de Madrid, me confesó que ninguno era arquitecto…
Herido de muerte, ¡renuncié a mi título!
F.N.
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