Hace muchos años, antes de que el diseño escandinavo se hiciese un lugar en nuestro mundo, como hija de arquitecto, tuve la fortuna de descubrir de manera inconsciente, objetos comunes de diseño exquisito, que yo en mi ignorancia pensaba que eran accesibles y conocidos por el público en general.
Abriendo un día un cajón del aparador del comedor de casa, mis hermanos y yo descubrimos una incomparable cubertería que en nada se parecía a lo que habíamos visto y usado hasta entonces. Mi padre la había comprado en un viaje a Finlandia y por alguna razón que desconozco, no se había utilizado hasta entonces.
A partir de ese momento, cada vez que se organizaba algo especial en casa, la sacábamos y disfrutábamos de ella, ¡nos hacía sentir diferentes! Y tanto era así, que todos discutíamos sobre quién sería el afortunado de poseerla algún día.
Los muebles y útiles de casa y en especial la cubertería reservada para las ocasiones especiales, nos sumergieron en el mundo del diseño delicado y nos hizo valorar las bondades de los objetos que no solo buscan la funcionalidad, sino que a través de un adecuado planteamiento se consiguen piezas de una belleza singular.
Hace pocos años, en un viaje a Copenhague, trasteando en una tienda de objetos de diseño, me topé con unas cajas rojas llenas de los cubiertos de mi infancia. Por supuesto, tuve que comprarlas, para recuperar en mi propia casa las sensaciones de comidas en las que nos sentimos especiales.
Ya no me peleo con mis hermanos por la de cubertería de mis padres…
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