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F R • E E

Hay arquitectos para los que no debería existir el control de los costos, la programación, las normativas, ni las edificabilidades, …


Igual que nadie sujetó el pincel de Picasso, nadie marcó el tiempo de la 5ª sinfonía de Beethoven, igual que se hubiese considerado un sacrilegio corregir a Miguel Ángel mientras modelaba su David, igual que recordamos con vergüenza la censura al modelo heliocéntrico de Copérnico, como reconocemos la genialidad genial de Einstein, de Arquímedes, Darwin, Chillida, Cervantes, …


Hay arquitectos, los más grandes, a los que solo la historia debería juzgar. No urbanistas, ni funcionarios, ni políticos interesados, ni siquiera el público soberano; arquitectos extraordinarios como Gaudí, Carvajal, Piano, RCR, Hadid, Mies, Tadao, Higueras, Candela, Utzon, Saarinen, … (no muchos más), cuya maestría debería ser suficiente aval para que imaginaran libres.


Me gustaría incluir en la soledad de esta corta lista de genios a Fernando Romero (FR·EE), joven arquitecto mexicano que nos ha regalado el viento suspendido del maravilloso museo Soumaya, el rumor de escamas del Museo de Arte Latinoamericano, el eco del palenque de Tulum, …






F.N.




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