Y llegamos a una campiña de verde obsceno salpicada de abandonados chillidas a modo de enanitos en jardín pretencioso.
Y esta vez sí, el sol se mecía por los ocultos rincones de imponentes moles de piedra y acero provocando hendiduras, claroscuros, trasparencias y negros.
No puedo entender que el mejor museo de España estuviese cerrado tanto tiempo por quiebra irremediable. ¿Quién provocó que durante años el mejor escultor patrio, el serra hispano, el discípulo aventajado de Oteiza, no luciese sus mejores galas ante el mundo?
Si Oteiza esculpió su universo nacido del vacío, Chillida entendió que era necesario poder incrustarse en sus grietas, rodear con brazos de amor el tamaño descomunal de sus esculturas, poder caminar por entre sus piedras cosidas con hilos de óxido, fabricar un infinito de radiación cósmica.
Y dentro, ya sin sol, impresionante, llena de luz traslúcida con vetas de alabastro y vacía de planos rectos, ¡estaba Goethe!
Y para colmo de placer, después de apabullante belleza, disfruté de unas ostras con mi Jose…
F.N.
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