Como si de un “deja vu” se tratase, una de las fugaces frustraciones de mi juventud, plagada de fortalezas derruidas, está relatada con detalle en un cuento de la Bazán.
Como si fuese Emilia la que me conociese, y no al revés, como si “mi condesa” hubiese nacido en época de BHs y Speedos para poder relatar mi historia, “La perla rosa” refiere con exactitud uno de mis episodios más tristes.
Como si de un actor se tratase, protagonizo el cuento en el que un hombre enamorado, obligado por la pasión más tirana, empeña horas de sueño y trabajo para lograr comprarle a su amada “dos encantadoras perlas de color rosa que tanto entusiasmaron a Lucía, …”
Como si el cuento fuese el reflejo de mi desengaño, Lucía pierde una de las perlas en casa de su amante, y yo, al verla brillar en el “sillón del gabinete de mi amigo Gonzaga Llorente” descubro que no soy yo, al que Lucía quiere.
Como si la Pardo Bazán supiese el final, “por fortuna, pude dominarme en el acto…, bajar la escalera, y refugiarme en el café más próximo, donde pedí Lagavulín…”
F.N.
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