De joven, recorriendo mis barrios de Chamberí y Salamanca, había identificado, de manera inconsciente, los edificios más exclusivos de Madrid y años más tarde, terminando la carrera fui consciente que aquellos reconocibles edificios eran proyectos del arquitecto Juan Manuel Ruiz de la Prada.
Ortega y Gasset, 26, Zurbano, 73, General Martínez Campos, 51, Velázquez, 89, José Abascal, 50, Menéndez Pidal, 41…, edificios imponentes, representativos, emblemáticos que a día de hoy siguen siendo referencia de exclusividad para compradores y de maestría en la composición de sus fachadas para arquitectos.

La vida no siempre premia a los mejores, ni siquiera a los genios, y seguramente eclipsado por la popularidad folclórica de su hija Ágatha, este genial arquitecto sea el gran desconocido para el público en general, sin laureles ni reconocimientos.
Cuando tenía unos treinta años, en una cena con nuestros queridos amigos Alfredo y Lola, hablando de aquellos maravillosos edificios descubrí que Juan Manuel era, ¡primo hermano de Alfredo!
Solícitos a mis ruegos, Alfredo y Lola organizaron una cena en su casa para el encuentro entre arquitecto sublime y su amante pasional. Por supuesto, monopolicé el tiempo, incluso el espacio de aquella maravillosa noche que compartí con él. Noche de embriaguez de su obra, de su apasionante vida llena de anécdotas, de arte, de vanguardias, de Picasso, de Warhol, …
Quedamos en volver a vernos amparados por unos anfitriones sin igual, que entendían la necesidad del celoso amante desesperado. A los pocos días, Alfredo enfermó gravemente y murió en los brazos de su amantísima Lola dejándonos a todos huérfanos de cariño y bonhomía.
No volví a ver a Juan Manuel. A cambio nos quedó en exclusiva, el amor de Lola, madrina querida de nuestro hijo Nicolás y parte inequívoca de nuestra familia.
F.N.
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